“Los rendimientos, tanto en la escuela como en el deporte, tienen que ser parejos”. Marcela Tognola, directora del Nivel Secundario del Instituto Obras, marca el camino con su discurso. Ella es la responsable del seguimiento educativo de Francisco Barbotti, Santiago Ibarra, Juan Pablo Lugrín, Mateo Marziali, Camilo Paniagua, Luca Valussi, Laureano Zalio y Fernando Zurbriggen, los reclutados de las inferiores de Obras Basket. La formación, clave a esta altura de la vida de los chicos, también se da en la escuela.
“En los últimos años, los reclutados han tenido un mejor desempeño. Actualmente tenemos dos (Marziali y Lugrín) que se han recibido la semana pasada y todavía nos quedan seis. Son todos buenos alumnos, valoran que el club los haya convocado para viajar a Buenos Aires y jugar en Obras. Para ellos es muy importante, entonces son muy respetuosos y cuidadosos de lo que es tener un buen rendimiento. No se meten en líos y cuando se les pide colaboración son los primeros en aparecer. Es un gusto tenerlos”, los elogia Tognola, quien tomó la conducción secundaria en 2005 y ha visto pasar varias camadas de jugadores.
A su vez, explica en detalle cómo es el sistema de reclutamiento y el seguimiento de los chicos, sobre todo durante los primeros momentos. “Este sistema data de muchos años. Cuando yo me incorporé al colegio, ya existía. En concreto, a los chicos seleccionados por el club se les ofrece ingresar al Nivel Secundario, paralelo a su actividad de básquetbol en la institución. Ellos cursan las materias de la mañana y tienen justificadas las tardes deportivas por los entrenamientos y la exigencia que tienen. Los docentes están al tanto que son chicos que tienen un compromiso deportivo, por lo tanto son flexibles”, comenta.
Y agrega: “Son evaluados como todo el resto, pero sobre ellos hay una mirada para favorecer su adaptación al colegio y a vivir solos en Capital. Hay muchos maestros que tienen la inquietud de preguntarles cómo están, independientemente de lo que yo haga desde la dirección. Mi mirada es que se sienten en su casa, esa es la devolución que percibo. Personalmente trato de recomendarles determinadas cuestiones. Me pasa que a veces veo a alguno bastante cansado y le pregunto si durmió bien, por darte un ejemplo, o hablo con el tutor, en este caso Marcelo Travnik”.
Ahí aparece también la figura de Travnik, el Coordinador de la Cantera de Obras Basket y tutor de los chicos. El trabajo mancomunado y la unificación de criterios entre ambas partes son fundamentales para que el proceso alcance los objetivos deseados. “Marcelo me comenta que va a venir un reclutado y yo le pido, en lo posible, tener una reunión con los padres para conocerlos. Yo les comento de qué manera trabajamos y después quedamos en contacto telefónico y por mail. Acompañamos mucho esos primeros meses de adaptación. Igualmente, al vivir todos en la misma casa, los más grandes hacen las veces de tutores de los más chicos, enseguida los meten en el tema y los ayudan en lo que necesiten”, cuenta. Y sigue: “Por cualquier situación se comunica conmigo. Además, le mando las calificaciones trimestrales de los chicos, para que, de ser necesario, haya un ajuste desde los dos lados. Si llega a haber alguna sanción, Marcelo también sanciona en el aspecto deportivo”.
La satisfacción por ofrecer una educación de calidad y por la aceptación de los chicos se nota en cada una de las palabras de Marcela. “El gusto es porque creo que a lo largo de los años terminamos entendiéndonos y armando un dispositivo que da buen resultado. Siento que el trabajo es valorado y que, además, el producto es bueno, porque no son chicos que quedan muy colgados con materias sino que terminan recibiéndose en tiempo y forma. También todos tienen su proyecto, que es terminar el Secundario, seguir jugando al básquet y, al mismo tiempo, hacer una carrera universitaria”, afirma.
¿Pero qué opinan los reclutados, esos que forman parte de la vida cotidiana del Instituto? Este año ya se recibieron dos: Mateo Marziali y Juan Pablo Lugrín, compañeros inseparables de ruta desde tercer año, terminaron la secundaria (más allá de tener que rendir algunas materias), recibieron su diploma y se metieron en una nueva etapa de sus vidas educativas. En tanto, Fernando Zurbriggen, quien se incorporó en febrero al Instituto y posee el tercer mejor promedio de calificaciones, pasó a quinto y fue abanderado en el acto de cierre.
“Fue una alegría haber terminado el colegio, no sé si tanto para mí sino para mis padres. Es difícil estar afuera de mi ciudad (Rojas) sin el apoyo directo de ellos, y que termine es una felicidad. Todavía no caemos que terminamos la escuela, pero cuando el año que viene nos quedemos durmiendo un rato más ahí nos vamos a dar cuenta (se ríe). Todavía estoy viendo qué seguir. Me gustaría hacer varias cosas, pero cuando me fijo cuanto hay que estudiar se me van las ganas. Pienso en kinesiología, profesorado de educación física o hacer algo a distancia, para no perder lo hecho si se me abren otros rumbos deportivos. Igual, primero quiero rendir las materias que me quedan y después ver bien”, dice el Colo.
Juanpi también toma la palabra. “Llega el momento de empezar a tomar otras decisiones. Todavía vamos a seguir jugando al básquet, pero en algún momento empezaremos a estudiar algo, siempre y cuando terminemos con las materias que nos quedan. Pensaba seguir periodismo, pero no estoy decidido”, cuenta.
El juvenil, oriundo de José C. Paz, todavía recuerda el primer día que pisó el Instituto, cuando sus padres vinieron a firmar su incorporación. “De entrada me encontré con profesoras y ahí empezó todo un nuevo proceso. Estudiar sin los padres bien de cerca es otra responsabilidad. En tercero fue todo bien, pero después empezó a costar, ya sea por entrenamientos u otras cuestiones”. Lo mismo le pasó a Marziali, el pibe de Rojas, a quien no le costó tanto la adaptación por el hecho de estar con Lugrín, pero sí mantener la constancia en el estudio: “Éramos dos y tirábamos para el mismo lado, pero se nos complicó un poco el hecho de empezar a estudiar. En tercer año me fue bien, le hacía algo de caso a mi mamá a la distancia y no me llevé ninguna materia. En cuarto me atacó un poco la vagancia y me llevé dos, y ahora, en quinto, me atacó por completo (se ríe)”.
La buena recepción de los compañeros de curso también fue importante para insertarse en un nuevo ambiente, aunque “cuando llegamos nos miraban como si fuéramos unos monstruos, les daba cosa acercarse a nosotros y nos tenían un cierto respeto. Pero cuando nos conocieron, la relación cambió. Ahora no quiero que se acerquen más (se ríe). Somos uno más, no es que porque jugamos al básquet somos diferentes. No tenemos privilegios y no nos van a aprobar las materias porque sí”, remarca Marziali. Al mismo tiempo, Lugrín agradece porque “fueron siempre muy buenos con nosotros, nos ayudaron mucho con el tema de las tareas. Cuando nos fuimos a jugar afuera nos tiraron buena onda, nos apoyaron siempre. Aprendí mucho durante estos tres años e hice muy buenas amistades que me voy a llevar por siempre. Espero que no se corten”. Y repasa la bienvenida que le prepararon a él, por haber logrado la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de la Juventud en Beijing, y a Fernando, por su participación en el Mundial U17 con la Selección argentina: “Fue muy lindo pero vergonzoso a la vez. Me dijeron que diga unas palabras y no podía ni hablar”.
“Los compañeros los tratan bárbaro. Tienen una mirada de importancia sobre lo que hacen los que se van destacando deportivamente. Son muy jóvenes para tener semejante compromiso deportivo y lo llevan muy bien. Los respetan muchísimo. Los reclutados se van ganando su lugar. Son muy humildes, no se la creen y tienen los pies sobre la tierra. Por eso son muy queridos”, cierra Marcela Tognola.
Al fin y al cabo, eso es lo más importante: que más allá de ser buenos deportistas, adquieran valores para que, día a día, sean mejores personas.